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Argüir el peso específico que la cultura tiene en el PIB de un estado como defensa ante los recortes presupuestarios que ésta sufre es una estrategia de alto riesgo. Aunque el dato sea cierto, usar esta tesis como punto de partida sitúa a la cultura en un marco economicista y dependiente de los resultados económicos; y la importancia de la cultura tiene que ver antes con “otros asuntos” que con el rédito o peso económico en una sociedad.

Por la propia condición del término, su carácter polisémico y sus referentes (en plural), no podemos ni debemos establecer qué sea la cultura con una definición cerrada. No obstante, usamos como marco de acción una de las definiciones que la UNESCO hace de la cultura “(…) la cultura puede considerarse actualmente como el conjunto de los rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad o un grupo social. Ella engloba, además de las artes y las letras, los modos de vida, los derechos fundamentales al ser humano, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias y que la cultura da al hombre la capacidad de reflexionar sobre sí mismo…”. La cultura es el resultado de nuestra capacidad para operar con símbolos, es el producto de la creatividad y es esa herencia simbólica transmitida de generación en generación. Es el eje de nuestra identidad y, como hemos señalado en múltiples ocasiones, es aquello que nos constituye como humanos. Si (por mucho peso que tenga) la hacemos depender de su dimensión económica estamos perdidos.

Establecido este marco, cuando hacemos referencia a la cultura como parte del tejido económico de una sociedad (y ese es el caso que nos ocupa) estamos hablando de industrias culturales, un concepto del que también existen gran variedad de definiciones. Así, si seguimos usando las definiciones que la UNESCO establece podemos afirmar “La Comisión Europea en 2010 en el Libro Verde «Liberar el potencial de las industrias culturales y creativas» (…) mantiene una distinción entre «cultura» y «creatividad». Para las industrias culturales utiliza la definición de la Convención de la UNESCO de 2005 que las identifica con las actividades que «producen y distribuyen bienes o servicios que, en el momento en el que se están creando, se considera que tienen un atributo, uso o fin específico que incorpora o transmite expresiones culturales, con independencia del valor comercial que puedan tener. Además de los tradicionales sectores artísticos (artes escénicas y visuales, o patrimonio cultural, incluido el sector público), también abarcan el cine, el sector del DVD y el vídeo, la televisión y la radio, los juegos de vídeo, los nuevos medios de comunicación, la música, los libros y la prensa». En cuanto a las industrias creativas, el Libro Verde las define como «aquellas que utilizan la cultura como material y tienen una dimensión cultural, aunque su producción sea principalmente funcional. Entre ellas se incluyen la arquitectura y el diseño, que integran elementos creativos en procesos más amplios, así como subsectores tales como el diseño gráfico, el diseño de moda o la publicidad»” (Las industrias culturales y creativas. Un sector clave de la nueva economía; 2012, editado por la Fundación IDEAS). Ya en 2007 la UNESCO define las industrias culturales como “aquellas que producen productos creativos y artísticos tangibles o intangibles, y que tienen el potencial para crear riqueza y generar ingreso a través de la explotación de los activos culturales y de producción de bienes y servicios basados en el conocimiento (tanto tradicional como contemporáneo)” (tomado de la obra Primera aproximación a la caracterización y medición de las industrias culturales en Cali (J.C. Alonso Cifuentes, A.I. Gallego Londoño, 2011)

Las industrias culturales no constituyen un bloque homogéneo (tal vez no constituyan tampoco un solo bloque y el concepto sólo sea, en el sentido menos aristotélico del término, una entelequia) teniendo en cuenta la diversidad de sectores, ‘tamaños’, intereses de los agentes implicados (públicos, privados, tercer sector, multinacionales, pymes, artistas, discográficas…). No obstante, al hilo de esta reflexión y atendiendo al Anuario de Estadísticas Culturales 2013 y a la Cuenta Satélite de la Cultura leemos que “los resultados de la Cuenta Satélite de la Cultura en España indican que, en 2011, la aportación del sector cultural al PIB español se cifró en el 2,7%, situándose en el 3,5% si se considera el conjunto de actividades económicas vinculadas a la propiedad intelectual. Por sectores culturales destaca el sector Libros y prensa con una aportación al PIB total en 2011 del 1,1%, sector que  representa el 39,5% en el conjunto de actividades culturales. Le siguen por orden de importancia el sector Audiovisual y multimedia (24,6%), que incluye entre otros las actividades de cine, vídeo, música grabada o televisión. Los restantes sectores tienen una participación inferior, Artes plásticas (14,4%), Artes escénicas (8,3%) y Patrimonio, archivos y bibliotecas (7,2%)”.

Por otra parte esta importancia, obviamente, no se ciñe sólo al estado español, “la cultura desempeña un papel primordial en la economía de la EU-28. Los estudios llevados a cabo por la UE han puesto de relieve que las industrias culturales y creativas suponen alrededor del 4,5 % del PIB de la UE y un 4 % del empleo (8,5 millones de puestos de trabajo, y muchos más si se tienen en cuenta los efectos indirectos en otros sectores)” (Fuente: Ministerio de Educación Cultura y Deporte); y con cifras similares en los países de la OCDE.

Por ello concluimos que:

  1. Desde una perspectiva económica, es extremadamente importante el sector cultural teniendo en cuenta su aportación al PIB y en tanto que “industria cultural y creativa”, un sector que debe, por tanto, recibir la conveniente atención por parte de los poderes públicos. Pero la importancia de la industria cultural y creativa no reside tanto en su peso específico como en su impacto. Citando el título de la obra coordinada por el profesor Pau Rausell, la cultura es un “factor de innovación económica y social”. La cultura es un catalizador del desarrollo económico con un alto impacto en este desarrollo social y económico y en el empleo. Especialmente con empleo cualificado, no ocurre así cuando vinculamos la cultura al turismo, cuando la cultura se convierte en un mero auxiliar o “servicio complementario” del turismo.
  2. Pero la cultura y la creatividad son necesarias más allá de ese (alto) impacto económico. La cultura, volviendo al inicio de esta reflexión, no puede depender de su peso, su tamaño, su monetización. Es el vehículo constitutivo de nuestra identidad y su protección no debe estar sujeta a intereses economicistas.

11 pensamientos en “Economía y cultura: La falacia del PIB

  1. Saludos. Excelente articulo. espero tener la oportunidad de intercambiar algunas reflexiones al respecto. Tengo un doctorado en Ciencias Economicas, sonde realice un analisis de la relacion cultura y economia. Saludos.

  2. Hola David. He disfrutado el artículo. Mi nombre es Andoni Garaizar y trabajo en Kultiba (creo que conoces a mi compañero Aitzol) donde estamos estamos trabajando junto a Pau Rausell en la realización de una jornada de trabajo sobre este tema. Estaría encantado de entrar en contacto contigo. Un saludo y gracias por el artículo.

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  6. Hola David, me llamo Judit Hidalgo y mi compañera Marina y yo estamos realizando un trabajo de investigación sobre la influencia de la cultura en la economía, hemos disfrutado mucho tu blog y nos gustaría saber si podríamos contactar contigo para hacerte una entrevista sobre nuestro trabajo. Muchas gracias.
    Cordialmente, Judit.

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